Por Alex O'Dogherty
Yo tenía quince años. Iba al instituto y ya empezaba a hacer teatro allí mismo.
Creo que era primavera. Todas las tardes me quedaba por allí para jugar a baloncesto, ensayar algo en el salón de actos o tontear con las chavalitas.
Aquella tarde el salón estaba ocupado porque había unas jornadas de flamenco.
Yo no era muy aficionado al flamenco y, como teatro no podía haber por las jornadas y chavalitas no había,
me fui
al patio a jugar.
Al entrar en el recibidor del salón, había un hombre sentado en el banco verde que estaba
frente a la puerta del salón de actos. Por la indumentaria vi claro que era flamenco. No me extrañó
por lo de las jornadas.
Seguí
hacia el patio pero me
sonaba la cara del flamenco, así que me volví para mirarlo mejor.
Y
me sentí como un
idiota.
Claro que me sonaba.
Era
Camarón.
Como buen idiota me quedé
paralizado y exhibí
una mueca entre susto y
alegría.
Él me miró, sonrió y, con un giro de cabeza, me dijo: "¡Ay!".
Yo seguí andando y me fui corriendo a contárselo a todo el mundo.
Dos años después me fui a EEUU a estudiar y me llevé
una TDK de 90 con La
leyenda del tiempo por la cara A y Soy gitano por la cara B. Cada vez que echaba de menos mi
casa, me la ponía. La gasté.
Dos años después falleció. El cortejo fúnebre pasó por delante de mi casa (vivo en la calle del
cementerio) y lo acompañé hasta la puerta. En mi vida he visto nada igual.
Al
año siguiente
me fui
a vivir a Londres con mi
amigo Manolo. Me llevé tres Cds grabados y por las noches lo escuchábamos con la ventana abierta, viendo pasar aviones.
Y viajábamos de vuelta.
Sin
yo saberlo, Camarón
siempre me ha puesto en mi sitio.
Hoy en día sigo sin ser muy aficionado al flamenco pero tengo
toda su discografía en MP3. Y cada vez que me subo por las ramas, cada
vez que me voy por las nubes, cada vez que quiero tierra, me pongo a Camarón, y vuelvo a casa.
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