Aquel encuentro


Por Lolo Picardo


Publicado en el número 8 de la revista LA FRAGUA, noviembre de 2015.


Nadie lo esperaba, nadie lo llamó. A todos extrañó su presencia, pero allí estaba. Su traje cruzado marrón avellana, su camisa beige, su corbata impecable. Guapo, repeinado y con mucho que decir. Ninguno pudo dejar de mirarlo mientras susurrando preguntaban quién era aquel chaval. Caracol ni lo miró. El Niño de los Rizos, guitarrista de muchas noches, lo besó. Le había tocado mucho en aquella venta. Lo veneraba y había sido de los primeros en comprar el primer disco del artista. Cuántas veces le tocó a la madrugá Eugenio, cuántas juergas, cuánto arte. Los demás lo miraban ensimismados y no era para menos. A Camarón, con menos de veinte, gustaba verlo y por supuesto escucharlo.

El grupo venía de inaugurar una calle en Cádiz, en el barrio de la Viña. La calle Pericón de Cádiz. Se congregaron muchos, muchos artistas. Porque Pericón era un grande de Cádiz y tuvo que ser grande cuando le dedican a uno una calle y encima estando con vida. Pues cuando acabó, unos tiraron para un sitio y otros para la Venta de Vargas. Había que celebrarlo. Entre ellos Carmen Martín Gaite, ya escritora distinguida; Félix Grande, el emeritense, el gran flamencólogo, el que hace honor a su apellido; Antonio Murciano, dios de la poesía del flamenco; María Vargas, guapísima, hermosa, flamenca; Fernando Quiñones, maestro consorte de la Tacita, Coronel de la cultura gaditana; Niño de los Rizos y su guitarra, su inseparable guitarra; los venteros, los clientes, los aficionados, todos estaban allí, hasta los que no estaban.

La mecha de este encuentro se encendió años atrás, una tarde que María y Juan, los venteros, quisieron presentarle a Caracol a aquella promesa, aquella insigne garganta que acongojaría el mundo del flamenco. Porque Caracol amaba a aquella pareja, eran como hermanos. Se pasaba temporadas enteras viviendo en la Venta, disfrutando a sus amigos, impregnándose de arte. Aún se recuerda al maestro jugando a las cartas con el hermano de María, Mangolo, o repasando su repertorio de la a la z, porque Manuel no “jamaba” la lectura y lo que se le olvidara lo perdía. Cuántas noches le regaló Caracol a Juan Vargas y el ventero a Caracol. Cuántas madrugá en el Campo del Sur escuchando a Magandé, el rey del fandango, el rey de reyes. Cuánto cante…

Pero Manuel, ensimismado consigo mismo o rindiendo culto al Botaina, no le respondió muy bien cuando aquel gitanito le cantó, un mal gesto, una mala cara y algo así como que un gitano rubio nunca llegaría a ser grande. Un pequeño desprecio, tan diminuto, pero que quedó clavado en el corazón de aquel blanquecino calé, que disgustado miraba como a su héroe no le gustaba su cante. Joselito Camarón solía pasar por la puerta camino del Puente Zuazo, allí en las orillas del caño, el niño gitano se bañaba, jugaba. Y todos los días miraba para adentro. ¿Quién estaría? El Pinto, Marchena, las de Utrera. O quizás algún torero que le regalara un capote o unas banderillas. Aquella era su casa, porque Juan moría con su cante y con su estirpe flamenca.

Y en aquel cuartito, Caracol mandaba, con cetro y corona. Manejaba el cante con su alma reventada en diez mil batallas, remataba las siguiriyas con fuego en la garganta y clavaba sus uñas, sus cuidadas uñas, en las palmas de la mano cuando cantaba la soleá de la Andonda. Su cuerpo maltrecho por la enfermedad, lo ahondaba en la silla, la mano haciendo compás, la diestra sentenciando el fandango. El público, el privilegiado público absorto ante aquella forma de entender el cante, de utilizar el flamenco para contar sus penas, sus temores, su llanto. No cantaba, era un grito flamenco. Los soníos negros pedían libertad, salir de aquella alma atormentada. Vivir con luz.

Y en aquella mística habitación del colmao, aquellas paredes de Mensaque y cal, entró el niño viejo. José Monge Cruz, el gitano rubio, el que no llegaría a ser grande. Entró y se puso detrás de Caracol. Ni lo miró. Y cantó un fandango como si el mismo Chacón lo hubiese cantado. Miró al Niño de los Rizos y le pidió que le subiera un traste. Caracol hablaba con Quiñones, Quiñones le recordaba un cante. Y Caracol lo cantó. Enorme pero con más trabajo. El tono estaba más alto, pero lo acabó. Estaban en el tercer traste y allí Manuel no canta, no le gusta. Remató Camarón el fandango. Genial, ancestral. Y pidió a Eugenio, el de los rizos, que subiera al cuarto. Caracol ni lo miró. La misma historia, Caracol cantaba bien pero incomodo, Camarón en las nubes, pletórico, feliz, vengativo. Eugenio al quinto, Eugenio al sexto, Eugenio al séptimo…

Caracol proseguía a riesgo de reventar su garganta, de aniquilar su cante. Pero su grandeza no le dejaba rendirse, era el rey del flamenco y estaba en su pedestal. En su casa, en aquella Venta donde canto tanto, donde vivió tanto. En el séptimo cantó con grandeza pero arrastrándose. Pidió ayuda a los arcanos del flamenco y acabó con dignidad. A Camarón ni lo miraba. José cantó en el cielo. Cantó con Undebel, el dios de los gitanos, y el cante se hizo grande e impregnó a todos con ese fandango, con esas letras, con esos melismas. Y José, con ese cante, no le pedía la victoria de aquel duelo, le pedía que le reconociera su grandeza, que para él Caracol era el más grande que había parido el flamenco, pero que su cante era gitano y era también grande. Que el gitano, aunque rubio, sabía cantar. Y Caracol lo hizo. Dejó su narcisismo flamenco y lo hizo. Cogió la mano de José y la acarició, la besó. Le pidió perdón sin pedirlo, inclinó su cabeza, sin moverla. Pero lo acarició. Y aún en la séptima, donde cantan los ángeles, Caracol reventó su garganta, hincó bien las uñas en las palmas de las manos y reventó un fandango que después dirían que era su despedida. Caracol dijo:

Me voy a morí,
gitanitos de la Cava,
me voy a morí.
Venid gitanos, gitanas,
quiero que lloréis por mí,
mis gitanos, mis gitanitos de la Cava.

Noche histórica del flamenco, dudo que hubiese otra igual. Grande, grande. Corazón contra corazón. Llanto por llanto. Se podía decir que aquella noche Caracol entregó el cetro del flamenco a Camarón, con permiso de D. Antonio, el de Mairena. Y desde aquella noche Camarón se erigió como el Dios del quejío, del sentimiento, del flamenco. José quiso a Caracol. Caracol también lo quiso. A su forma, pero lo quiso. Pero es verdad que en un panal no podía haber dos abejas reinas y siguieron separados. No coincidieron después. Y eso que Caracol lo intentó. Hasta partió una guitarra cuando José le negó. Pero no cantaron juntos. 

Decía Paquito, un bohemio lebrijano que paraba en la Venta, que cuando no hay ruido, sobre todo de madrugada, pone la oreja en las paredes y escucha ecos de aquella noche. Escucha una garganta grande que llora. Escucha unos melismas muy grandes, muy grandes. Pero Paquito ama el flamenco y su mente lo engaña. Todos quisiéramos haber estado allí. En la noche más importante de la historia reciente del flamenco.

Inori, de Naemi Ueta

Por Juan Silva


Tras disfrutar de la exposición fotográfica, colgada en las paredes de la Venta de Vargas del 10 al 20 de noviembre, titulada Inori, el rezo, yo, que me he sentido dios en tantas ocasiones, y diablo en muchas otras, me arrodillo ante su autora, Naemi Ueta.

Su Inori, su letanía, su plegaria me ha envuelto, me ha cautivado. Ante todas esas almas captadas en sus tomas, mi espíritu se sobrecoge y expande a la vez. Su forma de mostrarnos la esencia de cada uno de los flamencos que se han puesto ante sus ojos reconforta. La autora nos presenta a la persona, no al artista. Sin focos, sin escenario, sin público. Nos ofrece una comunión entre el sentir flamenco y el latido de la vida.

Naemi Ueta y Lolo Picardo,
gerente de la Venta de Vargas.
Viendo su obra, se entiende por qué la Venta de Vargas se ha desnudado por primera vez para ella. Por qué por primera vez esas paredes, que tanto han sentido y tanto han llorado,  se han ofrecido gustosamente a recoger esta muestra fotográfica. Durante diez días esas paredes se han llenado de reflejos, reflejos de soledad, de verdad, de emociones, de duende, de compás, de vida... de flamenco.

Después de ver la muestra no pude evitar dirigirme a Naemi y quitarme el sombrero. ¡Ole!

Matilde Coral. Las manos como palomas.

Por Antonio Jiménez Cuenca

Publicado en el número 9 de la revista LA FRAGUA, abril de 2016.


Dos películas de Saura, Sevillanas (1992) y Flamenco (1995), lo atestiguan; el referente del baile flamenco y de la escuela sevillana del siglo XX no es otro que doña Matilde Corrales González (Triana, 1935), Matilde Coral para gloria del arte flamenco. Bailaora de la plaza de Chapina del Zurraque trianero. Primera entre las primeras, bailaora y profesora de baile. De su academia han salido numerosos premios nacionales de danza e infinidad de bailaoras y bailaores que pueblan el mundo flamenco.

Matilde Coral se ha codeado con lo mejor de este arte, lo ha conocido todo y ha estado con todos. Ha sido figura destacada en las compañías de los grandes bailaores y coreógrafos Alejandro Vega, Alberto Lorca y José Greco. Primera bailaora en el tablao El Duende, propiedad de Pastora Imperio y Gitanillo de Triana, en Madrid, y en el Cortijo El Guajiro de Sevilla. Ha bailado en las mejores tablas de todos los continentes, recibiendo aplausos de todos los públicos. Empezó siendo una niña, le llegó el triunfo siendo muy joven y ha sabido mantener la cumbre de su madurez artística durante los últimos cincuenta años.

Ahora, en su retiro activo, nos cuenta su experiencia de vida y de arte. Triana siempre presente en sus manos como palomas. Alzarlas al vuelo, al aire de un tercio de soleá y bajarlas al remolino de la cintura para cruzar la cuarta bolera. Las manos de Matilde Coral, maestra y bailaora definitiva de todos los tiempos.

Foto: Fede Millán
Desde sus inicios en El Guajiro en Sevilla y en El Duende en Madrid ¿qué ha cambiado del baile, Matilde?
Todo. Hay un antes y un después, y el que no lo quiera tomar así es porque no entiende la vida. Ni hoy pueden bailar como se bailaba antes, ni lo que antes podíamos hacer, ni lo que están haciendo ahora, porque eso es imposible. Es un antes y un después.

¿Y dónde está el punto entre el antes y el después?
En quedarte tú con tu estilo, conservarlo, para bien o para mal. Y sin equivocarte.

Dicen los entendidos que usted es la bailaora que mejor ha movido la bata de cola. Además realizó, junto a Ángel Álvarez Caballero y Juan Valdés, el Tratado de la bata de cola. Matilde Coral, una vida de arte y magisterio (Alianza Editorial, 2003).
Eso dicen, pero no me corresponde a mí. Hay muchas bailaoras que la mueven bien, sí, pero con ortodoxia muy pocas, las contadas… Pepa Montes mueve muy bien la cola; Loli Flores movía la cola y tocaba las castañuelas como ninguna; Manuela Carrasco, eso es una estampa maravillosa, gitana pura. Le da una patá y como saliera ¡pum! ¿entiendes?; Merche Esmeralda, que también estuvo conmigo. Porque la bata de cola es Patrimonio Inmaterial de La Humanidad. Por el Tratado de la bata de cola nos dieron el premio de investigación de la Cátedra de Flamencología de Jerez de la Frontera (2003).

Muchas de las bailaoras que ha mencionado salen de su academia de la calle Castilla de Triana.
¡Salen de mi casa! Y muchas han ganado el premio nacional de baile. Sí, sí, sí... Bueno, a unas le enseñé la técnica, a otras les monté el baile. A cada una le hice una cosa, ¿sabes?

¿Sabe que si se pone su nombre en los buscadores de internet aparecen cientos de miles de registros relacionados con usted?
¿Y eso que quiere decir? (Risas) ¡Aaaah, sí!, porque soy la única que queda. Fíjate que fácil te lo pongo. El eslabón del siglo pasado y de este es Matilde Coral. De mi generación ya no hay nadie más. Todos son muy jóvenes o retirados, y yo soy la mayor.

Bueno, además porque usted ha conocido a todos.
Puedo opinar porque he sido testigo de a pie. Yo empecé en el baile con Eloisa Albéniz. Ella fue mi maestra. Estaba casada con Pepe Brageli que era representante y sacaba a las chavalas antiguas. Te hablo de Paquita Rico y toda esa gente… Mikaela y Rosita  Ferrer, Carmen Florido… A toda esa gente la sacó este hombre, que era un mecenas de eso.

Posteriormente conoce usted a Pastora Imperio.
Pastora fue después de verla y descubrirla en Madrid, en su tablao El Duende. Ahí es donde vi yo lo que tenía que hacer, lo que yo quería hacer, cuando vi a Pastora. Le vi aquellos brazos al aire. Tan colocaos, tan lindos, tan maravillosos. Y esa cabeza encuadrada aquí. No sé cómo explicarte, era algo especial. Y dije yo, ¡esto quiero! Y ya seguí su saga.

Foto: Fede Millán

Además, fue primera bailaora en El Duende.
Sí, sí, sí... Pero empecé en el Cortijo El Guajiro, en Sevilla, aquí empezamos todas las muchachas, en El Guajiro y en los Jardines del Cristina y en la Sala Juventudes.

A finales de los años sesenta, crea el trío Los Bolecos (1969), donde versiona a Lorca, Miguel Hernández, Rafael Alberti, y se le otorga el premio al baile de la Cátedra de Flamencología de Jerez (1970).
Sí, aquello fue una idea avanzada. Con Los Bolecos versionamos a los grandes poetas andaluces y lo formamos mi marido Rafael el Negro, Farruco y yo. Además, uno de los mayores cantaores que he tenido fue Martín Revuelo. Martín hizo con nosotros todas las cosas de Lorca, de Alberti, de Miguel Hernández, de todo. Porque tenía aquí (se señala la cabeza) una memoria selectiva. Con él creamos Los Bolecos. Él cantaba, se aprendía las poesías y le daba soniquete. Era maravilloso, Dios lo tenga en su gloria.

Dicen que Rafael el Negro era la elegancia en la bulería.
Bueno, eso lo admitía hasta Farruco.

¿Qué recuerdos tiene de Farruco?
De Farruco te diré que nunca se volverá a repetir un artista como él. Eso es para la historia. Farruco está en mi memoria asentado de tal forma, de tal forma, que vea lo que vea, me acuerdo de él y digo: ¡viva tú! No sé, era algo precioso verlo bailar. Siempre que lo veía hacía el mismo baile, y la misma medida, y el mismo soniquete. Pero ¡qué diferencia entre una vez y otra! ¡Qué maravilla! Yo he bailado con los mejores bailaores que ha habido, que son Farruco y Rafael el Negro. Gitanos. Pero Farruco ha sido el bailaor mejor de la historia.

¿Incluso de los actuales?
¡Hombre! Te lo digo yo. Incluso de los actuales. Aunque su familia es una estirpe indomable, como suena, que sigue la saga de su abuelo. Eran estupendos y son estupendos. La saga sigue ¡Benditos sean ellos!

¿Y en el cante y en el baile?
En el cante ha habido mucho y muy bueno. Pero yo me quedo con Antonio Mairena y con Caracol. Antonio Mairena es la disciplina en el saber, en el estudiar, en el conocimiento de todos los cantes, ¡eh! Era una enciclopedia viva. Y me quedo con el quejío de Caracol, y me quedo con el arranque de cante de Juan Talega. Y me quedo con tantos gitanos buenos: La Bernarda, la Fernanda… Es interminable esa raíz tan buena. Y en el baile, para mí, tuvo fundamentalmente mucho interés Carmen Amaya y, como dije antes, Pastora Imperio. Me gustaba Pilar López, porque se metía también en el terreno fangoso del flamenco, porque era una enamorada. Rosa Durán, lo poco que vi a la Macarrona y a la Malena. Pero vi bailar a una gitana en Triana que me impactó, que le llamaban Carmen y de apodo le decían la Parejero. Ahora todo el mundo quiere saber quién era esa, pues no lo saben porque no la han visto, porque no bailaba ya para nadie.

Lo hacía en el círculo íntimo.
Íntimo de los gitanos. Y yo estaba en ese círculo porque me casé muy joven con un gitano. Carmen, la Parejero fue a bailar con Encarnación López, la Argentinita a París. Lo hizo para pagar la operación a su madre de los ojos. Y ya no bailó la gitana más nunca.

De Pastora Pavón y del Pinto, muchos recuerdos ¿no?
Hombre, fue mi primer espectáculo en el año 1952, en el Poliorama de Barcelona. Con los Flores, Chiquetete y Molina. Pastora estaba entre cajas y el Pinto cantaba. Pastora me dejaba un semanario de oro, de aquí a aquí (se señala de la muñeca a medio antebrazo), que tenía el brazo embalsamao (risas). Pero lo tenía que sacar para bailar, mientras cantaba su marido Pepe Pinto.

¿Y de su experiencia con las compañías de baile?
He dado la vuelta al mundo, por delante, por detrás, por el lado, por el otro lado (risas). Qué vamos hacer, hijo.

En la de José Greco iba Paco de Lucía
¡Hombre! Iba, iba… Yo lo conocí en esa compañía cuando iba de tercer guitarrista. ¡Fíjate lo que te voy a decir! El primero se llamaba Manolo Barón, el segundo… Beltrán Espinosa y Paco de Lucía era el tercero y el más joven. ¡Y ya se los comía a tos! Eso es pa… (risas). Para bailar y para todo, Paco era el mejor. Sí, hombre, sí. Me hizo a mí unas guajiras para debutar en Sidney, en Australia. Y me hizo… ¡cualquier cosa! Era el éxito de la compañía. Tocaba muy bien.

¿Y de Camarón? Tendrá también muchos recuerdos.
Camarón era el más tímido de todos los tímidos. Miedica como él solo, le daba miedo de todo. “Sal tú antes, anda sobrina, sal tú antes”, me decía. Otras veces me decía: “prima, sal antes tú”; y yo le decía: “yo no salgo, delante tuya no salgo yo, a mí me dejas de tonterías”. Total, que al final tenía que salir porque él no era capaz. Pero no por nada, sino porque tenía mucho pánico. Pero luego salía y se comía a todo el mundo.
Yo siempre he sido muy arriesgada. No me ha dado miedo el público, jamás. Este diciembre pasado estuve en Utrera, en una puesta en escena de Villancicos, que era para un Grammy, palabra de honor. Una puesta en escena maravillosa. Aquello era una obra maestra.

Y no saldría a bailar, ¿no?
¡Nooooo!, ¡claro que salí! Me sostuvieron los chavales, cuatro o cinco mozos guapísimos todos gitanos, preciosos. Y me senté en una silla y le bailé al Cuchara. ¡Ay! El Cuchara cuando me vio bailando… ¡Esmorecío llorando! Tiene un poquito de más edad que yo, imagínate, imagínate. Y subí por eso, porque digo esto… esta gitanería… pero… te voy a decir una cosa, los gitanos no están bien mirados en el gobierno. Porque…, ¿por qué lo manipulan tanto? ¿Por qué se tienen que buscar las cosas de esa manera?, si ellos no quieren. Ellos saben bailar por naturaleza. ¡Si por eso nos han dado ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad!

En su larga carrera le han reconocido con muchas distinciones y premios.
De Andalucía todos. Todos. Pero para mí los galardones buenos, te lo digo yo, después de las distinciones de todas las peñas, que yo he tenido todos. Gracias a todas, le tengo que dar las gracias a todas las peñas. A toda Andalucía, a toda España. Pero para mí la Medalla de Andalucía es la mejor porque me hace sentirme más andaluza. Luego tuve la de las bellas artes.  La Primera Caja de Plata al arte flamenco, que la tengo como joyerito.

Y la Llave de Oro del Baile.
Sí, la Llave de Oro del Baile, que esa no la tiene nadie, cuando quieran que la pongan. ¡Está ahí! Porque siempre ha habido…, detrás del uno va el dos, no te quepa duda. Pues ahí está la Llave…, venga, busca el dos.

Madrina de Promoción de Derecho en el año 88, Primera Caja de Plata al arte flamenco, Medalla de Oro de la Diputación de Sevilla, Compás del Cante de la Fundación Cruzcampo, Medalla de Oro de la ciudad de Nîmes, Medalla de Oro de la ciudad de Sevilla…
Eso sí, con mucho mérito, que además, agradecidísima. ¡La del trabajo es la que no tengo! Porque como creo que me faltan cuatro asignaturas… Cuando cumpla esas cuatro asignaturas me darán la del trabajo. Pero esas no las he estudiado yo. He estado ahí desde que tenía 16 años, hasta hace año y medio. ¡Pero ya se acabó!

¿En qué baile es en el que se ha sentido más cómoda Matilde?
A mí me encanta Cádiz. Las cantiñas. Por cantiñas, porque hay muchos sones diferentes. Cambia el sonido, el sentido del ritmo, el sentido del cante, el estilo. Y es tan alegre. Luego, según mi marido, lo mejor que he bailado ha sido por tangos. Por tangos de Triana, que es lo que no hago nunca, na más que cuando estoy en petit comité.

¿Cómo ve el flamenco actual?
A mí me gusta como está. Que hagan lo que quieran. Si me entra sueño, me duermo y si estoy contenta, me pongo tiesa. Pero no vamos a pedirle ahora que quieran bailar como bailábamos antes. No, eso no se puede pedir ya. Las técnicas han cambiado, aunque siempre haya un motivo para bailar antiguo.

¿Lo mismo que hay una escuela sevillana hay una escuela jerezana?
Hombre, sin lugar a dudas. Sin duda alguna, Jerez ha sido…, esas mujeres mayores bailando por bulerías, es pa echarle comía aparte. En Jerez se ha bailado muy bien, muy bien, muy bien. ¡Jerez me encanta!

Y ¿qué bailaora diría usted que ahora va a tener más trayectoria o va a despuntar más, de las que conoce actualmente, de las nuevas?
Mira, con sinceridad, la que más contratos le den. La que le caiga más contento al que manda y le den más contratos, esa es la que va a valer más. Las demás se pueden tirar las espaldas abajo.

¿Pero eso es un poco triste, no Matilde?
Pero es la realidad, lo estamos viendo. No tiene que ver con el arte, nada. Sale una buena bailaora en un espectáculo fabuloso y la prensa hace así y dice que aquí no hay nada, pues entonces esto es más malo que la quina. ¿Por qué? ¡Véalo usted! ¡Degústelo usted! Y después opine usted. Pero como no saben opinar, porque na más que tienen libros e internet… Menos mal, nosotros no teníamos internet, teníamos en efectivo, en carne y hueso, garganta, manos y pies.

Matilde, ¿cómo le gustaría que la recordaran?
Que me recordaran como soy, dando ejemplo de civismo, de disciplina y de saber estar con todo el mundo, y de decir las cosas claras. Y en el baile, con aquella juventud, aquella cinturita de avispa, aquel baile tan bonito. Aquellas caderas tan bien movidas, aquel pelo, aquel moño. Esa espalda cimbreada para detrás. Era una estampa, era una pintura.

Qué bonito Matilde
Pues sí.

Muchas gracias, maestra.
 

El Pregón

Por Lolo Picardo



Publicado en el número 9 de la revista LA FRAGUA, abril de 2016.


Después de muchos años cantando para atrás, cantando en academias, cantando en peñas y tablaos; después de muchos años enseñando flamenco en Madrid, de vivir el flamenco, de sentir el flamenco, Paco, el Trini o el Trini de La Isla, como a él le gusta que lo llamen, presentaba el pasado mes de enero su primer trabajo discográfico llamado Mi sueño, en el Teatro de la Cortes de su Isla de San Fernando. Toda la ciudad y parte de la provincia estuvieron arropando ese metal de voz inusual, ese cante que transmite desde los primeros sones.

Un trabajo lleno de vida, de fuerza, de llanto. Un disco magnífico donde se hace acompañar por las mejores guitarras de La Isla. Su música llega, hace soñar con un  flamenco limpio, nos impregna del sentimiento más genuino o nos hace latir con ese templado compás que le caracteriza. Trini es único, los arcanos del flamenco cañaílla siguen acompañándolo allá por donde va y continúa impregnando su cante, de los olores de las marismas y esteros. Soleá de Cádiz, siguiriyas, malagueñas, abandolaos, fandangos y hasta unas bulerías preciosas de Cecilia Gómez, Ramito de violetas, a la que ya Manzanita se encargó de darle el toque flamenco y ahora el Trini la ha dotado del estilo más cañaílla.

Hay que destacar el Pregón del marisquero, novena entrada del trabajo discográfico donde canta por Alvarito de La Isla, a dúo con el insigne Miguel Poveda y acompañados por la sobresaliente guitarra de Jesús Guerrero. Unos tanguillos que por estas tierras se han cantado bastante y forman parte de nuestra banda sonora particular.

Álvaro de La Isla.
Cedida por la Venta de Vargas
 
  
Alvarito de La Isla es su inspiración, qué bello es que dos paisanos marchen de la mano y que el fin sea revivir una copla que fue tan querida en la ciudad y por un cantaor al que le debemos respeto y veneración. Porque Alvarito pertenece a esa lista de cantaores que han cimentado con arte el tronco flamenco de La Isla por los teatros de toda España. Fue asiduo de Torres Bermejas y del Corral de la Morería, los tablaos madrileños de moda en los años sesenta, y grabó una película junto al Príncipe Gitano, donde hacían una riña cantando por fandangos. 

Un periodista de la época lo definió en 1953 como un «cantaor de cepa» y no es de extrañar que lo calificaran como de los mejores cantaores de fandangos, siendo comparado con Porrina de Badajoz o Rafael Farina. No en vano, Pastora Imperio lo llevó en su compañía y recorrió los mejores teatros de España, Marruecos y Guinea Ecuatorial.

Fue uno de los elegidos para la reapertura del tablao Los Canasteros de Manolo Caracol, un viernes 27 de septiembre de 1963, acompañando a Gabriela Ortega y a Manolo Mairena. 

Alvarito se estableció en Madrid, se casó y tuvo un hijo, pero murió demasiado joven, con 42 años y muy repentinamente. Quizás si la muerte no le hubiese sorprendido a tan temprana edad, Alvarito de La Isla hubiese estado volando alto, alto en el mundo flamenco de aquella época.

Desde pequeño demostró sus dotes flamencas, esa voz peculiar, esa altanería sin pertenecer a una clase adinerada, pero Alvarito, con su terno impecable y sus llaves de aquel coche imaginario, siempre daba la impresión de tener el monedero lleno, incluso al abandonar determinadas fiestas, aludiendo que había sido contratado para algo más grande. Pero él se quería a sí mismo y se creía artista, cosa que era cierta. 

Esa forma de autopromocionarse era típica de aquellos años, cuando la pobreza era el marchamo predominante en los artistas y el llevar un buen abrigo o unos zapatos brillantes sinónimo de riqueza y éxito. Ya Antonio Burgos, en la biografía autorizada de Curro Romero, contaba la estrategia del torero para situarse en el escalafón, con trajes de segunda mano, coches prestados y utilizando como residencia uno de los hoteles de más prestigio de Madrid, el Wellington, de cinco estrellas y que en ocasiones no podía ni pagar las facturas. Lo importante en aquella época era aparentar y que la gente pensara que la vida te sonreía; el resto vendría por añadidura.

Álvaro de La Isla y un cabal.
Cedida por la Venta de Vargas
Contaba la ventera María Picardo, de la Venta, la de Vargas, que como cada mañana desayunaba en la mesa principal de la cocina, con su pan, su café de pucherete en vaso grande y su leche condensada, que se vio con la necesidad de mandar por la mantequilla de «la vaquita» a Alvarito de La Isla a la panadería El Castillo, que se encontraba a unos doscientos metros de la Venta. El cantaor presto accedió al encargo de María, pero los minutos pasaron y no llegaba el encargo. Al final, el pan acabó mojado en aceite de oliva virgen y con la incredulidad de la ventera. La ausencia del cantaor se prolongó por horas en un principio, después por días y meses. Al cabo de un tiempo y ante la sorpresa de María, Alvarito se coló con la esperada tarrina de mantequilla. Por lo visto, saliendo de la Venta, un camionero le propuso que lo acompañara a Madrid y allí, cuando vieron el potencial del cantaor, no le dejaron irse. Su simpatía fue contarlo con la tarrina de mantequilla en la mano.

El Trini y Alvarito, dos cantaores unidos por «el pregón», una copla de sal y estero, de marismas, de bocas y coquinas. Un canto a La Isla y un testigo musical de que nuestra historia flamenca existe.