Por Trysko
Publicado en el número 5 de la revista LA FRAGUA, mayo de 2014.
En
un mundo en el que el hielo, el fuego y la roca son la orografía en blanco y
negro sobre la que planea el sonido de una guitarra destemplada; en un mundo en
el que la sonanta es para los oídos sensibles vorágine perturbadora, estridente
caja de música desafinada por los años, aparece un joven gaditano, hijo de tocaor,
callado como los sabios, circunspecto.
El
flamenco, un instante después de su creación tal y como lo concebimos hoy.
Desde
que Cadalso en sus Cartas marruecas mencionara el flamenco aludiéndolo como talón
de Aquiles de la idiosincrasia andaluza, desde que Andrés Segovia retratara su
guitarra como la hermana tabernaria del aristocrático instrumento y la alcurnia
se sonrojara al pensarla en el Teatro Real, la leyenda de la guitarra flamenca,
vilipendiada por el servilismo al que se le condenaba, adolecía de un héroe, de
un Homero.