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Farina de La Isla, la última esencia del cante

Por Lolo Picardo

Publicado en el número 6 de la revista LA FRAGUA, febrero de 2015.

Será de las pocas personas que queden en nuestra Isla con ese arte innato que tiene Farina. Farina de La Isla, sobrenombre que le pusieron porque su cante emulaba a ese gran cantaor de Salamanca, a ese gitano que bordaba los fandangos y los remataba con multitud de requiebros y melismas. Pues nuestro Farina, el de aquí, es bueno, educado, servicial y su cante es puro, claro como el agua de los arroyos, sin impurezas.
Perteneciente a esa generación mítica de La Isla, donde el flamenco de cabales era una profesión y donde los parroquianos exigían un cante con la media botella, un fandango para irse contentos a casa o unas bulerías para chocar los nudillos con la mesa de madera. Sebastián Rodríguez, que así es su nombre, convivió con los mitos del flamenco de los años 50 y 60, solo que él no llegó. Él nunca quiso irse, quizás el amor a su madre siempre se lo impidió. No pudo realizarse como

El señor Silverio ha vuelto



“¡Es Silverio!, ¡El señor Silverio ha vuelto!”. Los gritos se propagaban por el barrio de La Viña como el susurro del poniente en la madrugada. Como si fuese una consigna, la frase pasaba de la boca de este al oído de aquel repitiéndose una y otra vez hasta que ni los propios intermediarios sabían muy bien a qué se estaban refiriendo, ni quien era aquel señor Silverio que tanta excitación producía. De haberse podido seguir el curso del rumor a contracorriente, se habría llegado hasta una vieja gitana que, tras oír cantar aquella siguiriya, que hoy es historia, a aquel forastero de quien todos habían estado haciendo burla hasta unos instantes antes, no pudo evitar exclamar entre lágrimas de emoción y alzando las manos: “¡Es Silverio!, ¡El señor Silverio ha vuelto!”.

El Viejo de La Isla


El 16 de mayo de 1836, en el número 13 del callejón de San Miguel, nacía Pedro Fernández Fernández, hermano pequeño de María Borrico. En esos momentos, España tenía una reina de seis años. En La Isla vivían poco más de once mil almas y en la provincia de Cádiz la cuarta parte que hoy en día. Entonces, a la seguiriya aún no se le llamaba seguiriya.

Me imagino a Pedro correteando por esas calles de La Isla, del Buen Suceso[1], de las Pitas[2], del Merendero[3], San Rafael, o por las huertas de Zuazo o del Merendero. Quizás alguna vez su madre lo mandó a El Colmado, que por lo visto se encontraba haciendo esquina entre su calle y la calle San Rafael, a por una chiquita de vino pa la comida[4].

Pedro Fernández Fernández
El Viejo de La Isla
Este niño fue creciendo y

María Borrico

María Fernández nació en 1830 en La Isla, en esa Isla de salinas, donde se trabajaba a destajo y donde los borricos, con sus serones cargados de sal, eran guiados por los hormiguillas (1) desde los cristalizadores  hasta  las pirámides. Estos borricos, tanto en las salinas como en las huertas o en las norias, realizaban las tareas más duras de la época.


Fue en esa Isla donde María empezó a dejarse oír. A María le gustaban los cantes hondos, los de hombres. Su voz ronca le ayudaba. Debió ser uno de esos momentos en los que se atrevió con uno de esos cante hondos… ¿quién sabe cuál?, quizás una seguiriya del Fillo, cuando alguien, al escucharla, probablemente comentase: “Esta mujer parece un borrico, puede con to.” Puede que esta fuese la causa de que pasara a la historia como María Borrico.

Hoy día se pueden escuchar cantes como: “Seguiriya de cambio de María Borrico” o “Liviana, serrana y cambio de María Borrico”. Pero ¿qué quiere decir eso del cambio de María Borrico? El cambio es una modificación que se hace al final de una tanda de algún cante, en este caso tras una tanda de seguiriyas. Se dice que ella renovó la seguiriya del Fillo, discípulo este de Perico Planeta, y que posteriormente, según la mayoría de los autores, el cambio de María fue divulgado por Silverio Franconetti.

Algunos autores consideran que la seguiriya cambiá de María Borrico es una especie de transición entre el viejo estilo de cantar las seguiriyas y el moderno. Es más, con este cambio, se remata todavía el cante por serranas, livianas y seguiriyas.
Una de sus seguiriyas cambiá, también llamada seguiriya cabal o simplemente, cabales, se conserva aún entre los repertorios flamencos de hoy día:

“Dice mi compañera
que no la quiero,
cuando la miro, la miro a la cara,
yo er sentío pierdo."

Aunque originalmente se cantaban al final, como remate de una serie de seguiriyas, y así se hace a menudo en las actuaciones en directo, en las grabaciones pueden encontrarse sueltas, al principio, o en series de varias cabales.

Fue la hermana mayor del Viejo de La Isla, al que dedicaremos la próxima entrada de esta sección. En el último cuarto del siglo XIX cantó en los cafés cantantes de Madrid. No he logrado determinar la fecha de su muerte, pero su cambio, el cambio de María Borrico, aún sigue vivo.

Juan Silva


Bibliografía:
ÁLVAREZ CABALLERO, Ángel. El cante flamenco. Alianza Editorial. Madrid, 2004.
GRANDE, Félix. Memoria del flamenco. Alianza Editorial. Madrid, 1999.
ALEU ZUAZO, Salvador. Flamencos de La Isla en el recuerdo. Isleña de Prensa. San Fernando, 1991.
Gran Enciclopedia de Andalucía. Tomo V , Editorial Anel, 1979.
Páginas web:



(1) Chiquillos que guiaban los borricos cargados de sal. Había un peón que era el vaciador que vaciaba las cargas porque ellos no podían. Pero su tarea era arrear al borrico y que cogiera para un lado o para otro.