Por Lolo Picardo
Publicado en el número 6 de la revista LA FRAGUA, febrero de 2015.
Será de las pocas personas que
queden en nuestra Isla con ese arte innato que tiene Farina. Farina de La Isla,
sobrenombre que le pusieron porque su cante emulaba a ese gran cantaor de
Salamanca, a ese gitano que bordaba los fandangos y los remataba con multitud
de requiebros y melismas. Pues nuestro Farina, el de aquí, es bueno, educado,
servicial y su cante es puro, claro como el agua de los arroyos, sin impurezas.
Perteneciente
a esa generación mítica de La Isla, donde el flamenco de cabales era una
profesión y donde los parroquianos exigían un cante con la media botella, un
fandango para irse contentos a casa o unas bulerías para chocar los nudillos
con la mesa de madera. Sebastián Rodríguez, que así es su nombre,
convivió con los mitos del flamenco de los años 50 y 60, solo que él no llegó.
Él nunca quiso irse, quizás el amor a su madre siempre se lo impidió. No pudo
realizarse como
artista, pero los de aquí, nosotros los cañaíllas, seguimos considerándolo uno de los cantaores señeros de La Isla. Eso bien lo sabe Paco, el Veterinario, que siempre lo acompaña con su guitarra de y que innumerables veces le ha grabado CDs con su cante que Farina presto los vende o los regala, según vea el interés que a este puede suscitar. Paco, el Veterinario, es un enamorado de su cante y del de tantos cantaores isleños. Así, cada vez que puede, abre su casa al arte, al flamenco, y disfruta con ellos. Saca su botellita de manzanilla, saca la guitarra de la funda, le planta sus acordes y comienza a destilar las esencias flamencas más puras de La Isla. Aguardando estamos los aficionados que nos deje escuchar esas salineras que guarda, ese cante arcaico y extinguido que se cantaba en las salinas. Bonito sería poder recuperarlo.
artista, pero los de aquí, nosotros los cañaíllas, seguimos considerándolo uno de los cantaores señeros de La Isla. Eso bien lo sabe Paco, el Veterinario, que siempre lo acompaña con su guitarra de y que innumerables veces le ha grabado CDs con su cante que Farina presto los vende o los regala, según vea el interés que a este puede suscitar. Paco, el Veterinario, es un enamorado de su cante y del de tantos cantaores isleños. Así, cada vez que puede, abre su casa al arte, al flamenco, y disfruta con ellos. Saca su botellita de manzanilla, saca la guitarra de la funda, le planta sus acordes y comienza a destilar las esencias flamencas más puras de La Isla. Aguardando estamos los aficionados que nos deje escuchar esas salineras que guarda, ese cante arcaico y extinguido que se cantaba en las salinas. Bonito sería poder recuperarlo.
Otro
de sus amigos, Joselito Picardo, siempre lo elogia. Dice que
después de Camarón está Farina, y Sebastián lo escucha callado, asintiendo. Y
le recuerda cuando cantaba en la Venta, cuando cantaba para María, cuando
cantaba para Juan. Cuando Caracol lo vistió de moro o cuenta cuando un cliente
cachondo llamó buscando flamenco y cuando se enteró que los artistas que había
eran el Caña y el Palma, pidió hacerse una escoba con ellos. Farina cuando
bebía hablaba con su madre, le cantaba, le dedicaba sus coplas. Miraba a la
pared y mantenía una conversación con ella.
Sebastián Rodríguez, Farina Fotografía: Marisa García |
—Omaíta,
le voy a cantar a estos señores un fandanguito.
—Omaíta,
me bebo una más
y me voy pa casa.
Carlos
también conoce a la perfección el cante, hablo de Carlos, el Guardia,
que tanto lo acompaña con su guitarra y tanto conoce su cante. Otro gran
aficionado de La Isla que tanto disfruta con el flamenco y que tan dispuesto
está siempre a la llamada de los artistas cañaíllas.
A
Carlos también le entró en la sangre ese veneno que se llama flamenco y,
cada vez que puede, saca a pasear sus arpegios, trémolos y picados. Ahora está
más ocupado. Pepe Loaiza, el alcalde, lo reclutó como
chófer
y parece que está más retirado del flamenco. Seguro que el bueno de Carlos le
contará a nuestro alcalde sus historias con Farina y con otros grandes del
flamenco de La Isla. Seguro que pronto podremos hacer ese gran homenaje que los
flamencos queremos organizar para Farina y que el bueno de Pepe Rosa lleva
tantos años pidiendo. O Miguel, el Peluquero, otro gran aficionado que
tantos años lleva cortando el pelo a los flamencos y que le cambia el pelado a
Farina por una soleá de María Borrico. Miguel, íntimo de José, de Camarón,
sueña
con ese homenaje a Farina. Sueña con el Teatro de Las Cortes hasta la bola y
que el flamenco de La Isla se rinda ante el decano de los cantaores, antes de
que el tiempo se lleve a Sebastián y tengamos que arrepentirnos de no habérselo
hecho en vida.
Farina
vivió una etapa muy bonita del flamenco isleño. Convivió con el Beni de Cádiz,
con el Cojo Farina, con el Chato de La Isla, con Alvarito, con Manuel
Monge, con Camarón. Le tocó el Niño de los Rizos, su amigo Capinetti o
le tocó
las palmas Chiringuito, otro gran flamenco isleño que emigró buscando sus
papas a Madrid y que actualmente vaga por Badajoz.
Farina,
nuestro Sebastián, guarda en su memoria miles de cantes arcaicos de La Isla,
que sería una lástima
que se perdieran y que es seña viva de nuestro flamenco. Y esos momentos que
pasó en las juergas flamencas, esas vivencias, ¿quién se los quita a Farina?
Seguramente es la envidia de todos nosotros, haber convivido con tanto cante,
tanto toque y tanto baile.
Pero
Sebastián es arte, arte en estado puro. Hablar con él es disfrutar de su ingenio
y de su ingenuidad. Cuenta su vida con una sonrisa y recuerda sus momentos de
cuando bebía. De cuando trabajó de peón de albañil y le mandaron
tapiar un trastero. Rápido hizo su trabajo y a la perfección. Solo un problema,
el trabajo lo hizo por dentro y no pudo salir. Tuvo que derrumbarlo. Farina,
genio y figura.
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