Félix Grande, más junto que una lágrima

“Escribo estas líneas al anochecer, junto a una botella de vino. He estado escuchando, a solas, en la casa vacía, una siguiriya que canta Camarón de la Isla. “A los santos del cielo / les voy a pedir…” Hace unas horas, los habitantes de mi casa, los míos, mis gentes, han ido a otros asuntos; ya no tardarán en volver. En este tiempo he visto cómo se amortiguaba, hasta morir, la luz del día; cómo la noche, cortés e inexorable, iba llenando el mundo. Tomé un primer vaso de vino y me entregué de buena ley y maniatado, a la voracidad de mis recuerdos...”

Con esta valentía comenzaba Félix Grande su “Memoria del Flamenco”, como si el flamenco fuera un recuerdo vivido y presente. Vino profundo es el primer capítulo de su gran obra sobre el flamenco, y de ahí estas letras. Como escribió Caballero Bonald, el cantaor no inventa: recuerda. Y de esta manera Félix Grande nos desgranaba sus estudios, sus vivencias y sus recuerdos flamencos.

Fue capaz de meter el universo entero del flamenco en el espacio concentrado de un pequeño cuarto, de una pequeña casa, de una familia humilde y de un entorno geográfico tan pequeño como gigante. Y de ahí, de la casa familiar, lanzarlo al planeta.

Era tal la convicción que tenía de la riqueza de este fenómeno vital expresado en cante, música instrumental y baile; tan seguro estaba de la universalidad de este arte, que llevó a los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid el flamenco como tema central de un Curso de Postgrado con el título de “Historia, Presente y Futuro del Flamenco” (1990), desarrollando la lección titulada “El Flamenco, más junto que una lágrima”.

Y en el pequeño espacio de una lágrima, Félix nos contó que su composición era bizantina y de tradición orientalista. Cristalizando definitivamente con el establecimiento de los gitanos en la baja Andalucía. Y de este punto, al desarrollo de los cantes de finales del siglo XVIII, a las Tonás, a las Corridas y los Romances. Todas músicas alambicadas por el pueblo gitano, hasta bien entrado el siglo XIX. Y de ahí a nuestros días. Y todo lo contaba Félix con su prosa poética, meciéndose en el decir y en el saber.

“Pues bien: sin prisa,… con la intensidad de la paciencia, con la sabiduría del conocimiento de que la vida es dura, breve y única, un lenguaje magnífico que comenzó a nacer hace ahora dos siglos en forma de sonidos desgarradores surgidos desde el fondo de la pobreza y la pena andaluzas, ha acabado convirtiéndose en un arte aclamado internacionalmente, y en una prueba más de que en el fondo de la especie, junto al estrago de sus miserias y de su finitud, deambula, como una emoción mitológica, el estupor de lo sagrado.”

Maestro, que los ecos de la sonanta de Luzía guarden tu sueño.


Antonio Jiménez Cuenca

Aquí podéis encontrar una brave biografía.

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