Por Carlos Rey
Publicado en el número 2 de la revista LA FRAGUA, noviembre de 2012.
“Cada
buchito que bebo me sabe a gloria, me sabe a gloria…” Es lo que siento
recordando el encuentro en Trebujena (Cádiz) con Gerardo Núñez una mañana del
final del verano “cuando en el secano la uva ya es miel”. El músico jerezano
nos recibe en El Tabanco del Arte, su particular refugio al sur del Sur, una
nave industrial situada a la entrada del pueblo, que viene a ser una mezcla
entre una sala de conciertos y una pequeña bodega familiar. Mientras nos presentamos,
él sigue con sus labores bodegueras y va vertiendo mosto joven de grandes garrafas a botellas de agua mineral vacías. Aprovecha el trasiego de la faena para enseñarnos las instalaciones, y lo que vemos es una fiesta para la vista, el vino y el flamenco se mezclan, carteles de festivales y zapatos de baile amontonados en un rincón conviven con enormes barricas de vino. El viejo piano sobre el escenario es testigo de la metamorfosis de la uva y del flamenco, y al rato ya uno no sabe bien si el flamenco se bebe y el vino se canta o al revés. De lo que no cabe duda es de que en El Tabanco del Arte huele a vino y se respira flamenco.
Gerardo
Núñez es un artista influenciado por sus colaboraciones con músicos de todo el
mundo y de diferentes estilos. Ha trabajado con gente de la talla de Plácido
Domingo, Julio Iglesias, Richard Galliano, Enrico Rava, etc. Además es uno de
los protagonistas de aquel genial Jazzpaña II, junto con músicos como Chano Domínguez, Jorge Pardo o Perico
Sambeat. En 2008, el conservatorio Tchaikovsky de Moscú le otorgó la medalla
Rubinstein como reconocimiento a su labor como compositor. Con su sello
discográfico El Gallo Azul, editó algunos de sus anteriores discos, además de
sacar a nuevos valores como el guitarrista José Manuel León o la cantaora María Mezcle.
Junto a su mujer, la
bailaora Carmen Cortés, dirige su propia compañía. Han
trabajado con los más grandes, como Nuria Espert cuando montaron Yerma de García Lorca, o con Gerardo
Vera que dirigió su espectáculo Salomé.
Con Antonio Canales hicieron Amor Brujo
y en uno de esos espectáculos montaron Las mujeres de Lorca, donde parte del atrezo era una infinidad de zapatos de baile
flamenco amontonados. Son los que aún podemos ver en El Tabanco del Arte.
Fotografía: Carmen Mateos
él sigue con sus labores bodegueras y va vertiendo mosto joven de grandes garrafas a botellas de agua mineral vacías. Aprovecha el trasiego de la faena para enseñarnos las instalaciones, y lo que vemos es una fiesta para la vista, el vino y el flamenco se mezclan, carteles de festivales y zapatos de baile amontonados en un rincón conviven con enormes barricas de vino. El viejo piano sobre el escenario es testigo de la metamorfosis de la uva y del flamenco, y al rato ya uno no sabe bien si el flamenco se bebe y el vino se canta o al revés. De lo que no cabe duda es de que en El Tabanco del Arte huele a vino y se respira flamenco.
De
siempre, en la provincia de Cádiz han existido esos espacios parecidos a los
bares actuales en donde solo se despachaba vino a un público generalmente
masculino. Allí se bebía, se fumaba, se hablaba, se discutía y a veces hasta se
cantaba, aunque paradójicamente en algunos colgaba un letrero de la pared en el
que se leía “Prohibido el cante”. Los nombres varían dependiendo del lugar en
que nos encontremos. Así en Jerez y sus alrededores se les llama tabancos, en Cádiz baches y en La Isla güichis.
A Gerardo Núñez le gusta la palabra tabanco
y nos cuenta que viene de una mezcla entre tabaco y estanco. Pues eso…
¿Qué
es esto del Tabanco del Arte?
En
un principio era un lugar de ensayo y también almacén. Aquí guardábamos todos
los elementos que utilizamos en la compañía de baile y también cosas del campo
y de las labores del vino.
Bueno,
pero tiene una barra y hasta un
escenario…
Sí.
Vimos que sería interesante tener un espacio donde reunirse en torno a una
figura como el arte. Lo acondicionamos y hemos hecho varias actuaciones. Por
otra parte está el vino. En el Tabanco del Arte, durante las funciones, solo se
sirve vino o agua. Y lo hacemos en vaso de cristal. Tanto el arte como nuestros
mostos merecen que se les dignifiquen. Tenemos que tener circuitos alternativos
a los tradicionales donde se ofrezcan espectáculos de calidad y a los músicos
se les trate con la dignidad que merecen. Lo suyo es que haya uno aquí en
Trebujena, otro, por ejemplo, en La Isla… y en más sitios, de manera que les
podamos ofrecer a los artistas la posibilidad de trabajar en varios lugares con
buenas condiciones. El éxito no tiene que medirse solo por la magnitud sino también
por la calidad de los espectáculos, aunque sean en pequeño formato.
Usted
es un guitarrista reconocido en todo el mundo que lleva muchos años en este
oficio del flamenco. La figura del señorito que utiliza al artista a su antojo
hace tiempo que desapareció. Sin embargo usted sigue reivindicando el respeto
hacia los artistas. ¿Piensa que en la actualidad no se le reconoce al flamenco
su aportación a la cultura?
Tenemos
que seguir luchando por la dignidad de los músicos. A veces hay que decir no. El arte en general y la música en
particular son un capital cultural y vital. Te hace pensar y reflexionar.
Tenemos que reivindicar nuestro patrimonio cultural y ponerlo en valor. En este
país, en muchas ocasiones, no se respeta el trabajo que hay detrás del proceso
creativo ni el esfuerzo que hacen los artistas para poder vivir de su
profesión. Últimamente, cada vez que me llaman las instituciones para tocar me
dan un lunes. Creo que es significativo.
De
hecho, su nuevo disco, Travesía, lo
ha editado una compañía alemana. ¿Le hacen más caso al flamenco en el
extranjero?
Sí.
Mucho más. La industria discográfica en España ha muerto. En el extranjero sí
hay respeto por los músicos y por el flamenco, aprecian su valor cultural. Este
disco lo ha editado un sello alemán y todos los detalles están muy cuidados, no
solo los aspectos de la grabación técnicamente hablando, sino la presentación,
el diseño…, lo convierten en pequeñas joyitas que gusta tener. Aparte se preocupan
por una buena distribución que no se
limita a España, llegan muy lejos.
Miro
el disco que tengo en mis manos y veo que tiene razón en lo que dice. El diseño
del CD es muy atractivo. De hecho la portada es una imagen del pintor y
escenógrafo Eduardo Arroyo, que con solo verla imaginas la travesía del
personaje en cuestión. Los textos y los créditos están en español y en inglés,
lo que hace pensar que va dirigido a un público internacional.
Está
claro que su campo de trabajo es el mundo.
Sí,
lo he visto así desde siempre. Cuando yo empezaba, la mentalidad del flamenco
era trabajar cerquita de casa. Pero eso a la larga no es bueno, sobre todo
cuando las cosas no vienen fáciles, como pasa en la actualidad. Desde
muy joven he buscado cauces para poder trabajar en otros países y poder ampliar
mis experiencias como músico.
Su
particular travesía.
Este
disco lo titulé de esa manera por contar la historia de mis amigos Ahmed y
Khaled. Ellos llegaron en patera a una playa gaditana. Cumplieron su sueño de
emigrar a Europa y, para ello, hicieron una larga travesía por el desierto y
por el mar. Entonces me di cuenta de mi propia travesía y, queriendo contar su
historia, conté la mía.
De
hecho, el nombre de muchas de las canciones tiene que ver con el viaje, con el
rumbo, la travesía, el compás interior… ¿todo conduce a Ítaca?
Sí.
Las canciones de este disco tienen muchas influencias. La música también viaja
y busca su destino. El flamenco se ha hecho en Andalucía, pero antes se alimentó
de Al-Andalus donde judíos, árabes y cristianos vivían en paz y crearon una
cultura única. Tiene su paralelismo con el jazz,
que también proviene de diferentes culturas.
Por
cierto, el tema cinco del disco, Tío
Pepe ¿tiene algo que ver con su afición
al vino?
Bueno,
en cierta forma sí. Pero en realidad es una reivindicación a la permanencia del
símbolo de Tío Pepe en la Gran Vía madrileña. Lo
quieren quitar para poner una manzana de otra marca. Creo que la simbología es
importante y si empiezan a quitarnos nuestros propios iconos por otros
importados, malo. También es un homenaje a la forma de tocar de Pepe
Habichuela.
Aparte
de su trabajo como músico y productor, lleva 23 años impartiendo los cursos de
verano de guitarra en Sanlúcar. ¿Cómo se consigue semejante empresa?
Con
dedicación y ofreciendo un programa de calidad y variado. Lo solemos hacer la
tercera semana de julio. Tenemos una media de 120 alumnos anuales de todas las
nacionalidades. Este año ha venido mucha gente de América Latina, pero vienen
de todos sitios, europeos, israelitas, etc. Aparte de las clases normales,
contrato a cinco cantaores de Jerez para que los alumnos practiquen el
acompañamiento al cante. Creo que algo fundamental en nuestro éxito ha sido el
no pedir nunca ayuda institucional, el ser independiente.
Al
verle en su terreno diría que el flamenco y el vino son para usted dos grandes
pasiones.
Mi
primera guitarra buena me la compré trabajando un mes entero en la vendimia. El vino
siempre ha estado presente en mi vida. Tenemos aquí cerca nuestra finca, La Jarandilla. Cultivamos
la uva. Muchas veces la hemos recogido con músicos amigos y después hacemos
nuestro propio vino, para nosotros, no lo comercializamos.
Fotografía: Carmen Mateos
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