“El canto es como el vómito”. Quería referirse el buen señor a que es algo incontenible cuando viene y difícilmente de emitir a voluntad. Nadie lo diría… Era conmovedor escucharlo haciendo uso de ese pequeño apéndice que le daba nombre. Un cante nasal, susurrado, que se siente como un murmullo al oído en una misa, mejor aún como el rumor de una palabra esperada en el lecho amatorio. Y de ese arrullo, saltaba al cante de poder como de chorrillo a torrente.
Despachaba bien los palos a dos manos, cuando tocaba apretar, apretaba. Fueron muchos los años de tablao cantando pal baile en Los Canasteros de Caracol. “Eso no es flamenco, es a ver quién grita más” decía refiriéndose a que doce mujeres taconeando, dos guitarras y dos cantaores hacen mucho ruido.
Era caracolero y en esto no se puede ser objetivo. Caracol era de su generación y le dio de comer, amén de las emociones que vivirían en los reservados. Por Camarón sentía admiración pero como un fenómeno irrepetible. La genialidad de José Llerena fue salir ileso de la impronta que dejaron para la historia esos dos genios del cante: Caracol y Camarón. Y eso lo hizo con una dignidad propia de un gran hombre.
Trysko
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