Como isleño de ley, Camarón era -perdón: es- gaditano entero, y eso se le nota en el peculiarísimo corte sincopado que, más distinguible sobre todo en bulería, soleá y todo el amplio grupo de las cantiñas, resonaba en su cante.
No obstante su gaditanía, el esencial tronco gitano de José Monje (como el de Terremoto de Jerez o el Agujetas), lo haría cantaor general calé, no importando ya tanto las desinencias locales y regionales de su cante como el carácter gitano, roto y maravilloso, que él imprimía a su quejío. Puede decirse de él lo que del mítico cantaor Miguel Pantalón: "No hacía más que abrir la boca y ya iba allí media hora del cante de otro".
No obstante su gaditanía, el esencial tronco gitano de José Monje (como el de Terremoto de Jerez o el Agujetas), lo haría cantaor general calé, no importando ya tanto las desinencias locales y regionales de su cante como el carácter gitano, roto y maravilloso, que él imprimía a su quejío. Puede decirse de él lo que del mítico cantaor Miguel Pantalón: "No hacía más que abrir la boca y ya iba allí media hora del cante de otro".
En un artículo para El País, recién muerto el hombre, referí la mejor -y más gaditana- de mis noches personales con Camarón: en el 69 y en la Venta de Vargas, noche de homenaje a Pericón con colocación de lápida en su calle Bendición de Dios, y luego, ya en La Isla, un espléndido cónclave de amigos: Félix Grande y Paca Aguirre, Carmiña Martín Gaite, Juan Vargas (tan mesonero como amigo), Juan Farina, Casilda Varela y Paco de Lucía... Manolo Caracol y un Camarón chavalín protagonizaron la noche enduendada, admirable, más pródiga aún en comunicación humana que en cante y toque propiamente dichos, aún siendo estos lo mucho que fueron.
Largos años después, y reverso de esa medalla, luego de haberlo presentado para mi programa flamenco de TVE, fue sorprenderlo pegándose un droguerío momentos antes de salir a cantar en el Festival de Almería, donde también me tocó -y con qué gusto- decir cuatro cosas sobre su arte espléndido, oloroso de hogueras, de esteros y de años, de caravanas desaparecidas y cafés de cante con navajas en vez de candilejas.
Es pronto para evaluar debidamente la pérdida que para el arte flamenco y para Andalucía supone la pérdida de Camarón. Una vez más, se confirma la vieja sentencia clásica de que los dioses llaman pronto junto a sí a quienes prefieren. Camarón, en tal sentido, es Dylan Thomas, es Pablo del Águila, es Gaudier-Brzeska, es Charlie Bird Parker, es Carmen Amaya.
Fernando Quiñones
Gaceta Gaditana nº 11. Septiembre 1992.
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