Una noche en Marruecos


Por Víctor Rosa


Publicado en el número 7 de la revista LA FRAGUA, junio de 2015.


Hace ya algunos años tuve la suerte de viajar a Marruecos invitado por mi amigo Luis, el Gordo para celebrar su cumpleaños. Habíamos quedado en Tetuán y quería aprovechar que Paco de Lucía pasaba allí unos días para cenar con él y así podérnoslo presentar. Esa oportunidad se presenta una vez en la vida y, por supuesto, no la iba a dejar pasar. Hice la maleta y tomé el primer ferry de la mañana. Me acompañaban Servando, Katumba y Popo, buenos amigos y grandes músicos.
¡Dios mío! Íbamos nerviositos perdíos. Aún no creíamos lo que nos estaba pasando.
Quillo, ¡que vamos a conocer a Paco!
Víctor Rosa, guitarrista
− ¿Tú te imaginas que al final no puede venir?
− ¡Anda ya, picha! no mientes ruina, a mí me
ha dicho el Gordo que va a ir.
−A mí también.
−Ya, pero... ¿y si al final no puede?
Era inevitable que hiciéramos todas estas cábalas, se trataba del maestro y, aunque supiéramos de la gran amistad que tenía con Luis, eso no nos aseguraba su asistencia.
Llegamos a Tánger y aquello fue mágico, se mezclaron en nuestra cabeza sensaciones de todo tipo. Personalmente, era la primera vez que viajaba a Marruecos y siempre suelo ponerme nervioso cada vez que visito otro país, en este caso aún lo estaba más debido a la finalidad del viaje. ¡Qué alegría! El Gordo ya nos estaba esperando para irnos en taxi a Tetuán.
−Gordo, Paco vendrá ¿no?
−Claro que viene, ya he hablado yo con él.
−Seguro ¿no?
−Que sí, chiquillo, que sí.
−Vale, vale.
Era ya de noche cuando llegamos al hotel donde se alojaba Paco. Al verlo, el corazón empezó a querer salírseme del pecho y empecé a ponerme muy nervioso aunque curiosamente esa sensación fue desapareciendo poco a poco desde el momento en el que empezó a hablarnos.
Ya durante la cena, empezamos a bromear, contarnos algún que otro chiste y hablar de algunas anécdotas que le había ocurrido durante sus innumerables giras.
No salía de mi asombro al ver como Paco hablaba con nosotros de forma tan natural, tan sencilla, sin poner esa barrera de vosotros ahí y yo aquí, ese muro que suelen levantar muchos artistas con el que pretenden separarse del resto de los mortales y que no hace más que alimentar su ego y hacer que su excentricidad llegue a límites insospechados.
La maestría de Paco con su guitarra ya la conocía y admiraba, pero ahora estaba conociendo a la persona, y esa humildad y cercanía que el maestro nos demostraba cada vez que hablaba aún lo hacían más grande. No puedo evitar emocionarme al pensar que no solo se nos fue un genio, también se nos fue una gran persona.
Terminamos de cenar y Luis dijo:
−Víctor, coge la guitarra y vámonos a la habitación.
−Eso está hecho, Gordo.
−Paco, tú vienes ¿no?
−Sí, Luis.
Pensando Paco que era posible que le pidiéramos que tocara la guitarra, nos dijo que le gustaba mucho una reunión de cabales, de buenos flamencos pero que disfrutaba aún más escuchándolos. Creo que más sutileza no pudo tener ¡qué arte!
Es cierto que Paco no tocó esa noche la guitarra pero sí que se cantiñeó y un servidor tuvo la suerte de estar ahí acompañándolo por tangos. Hubo tiempo durante toda la noche para cantar y compartir vivencias, e incluso hablar de cosas muy personales. No lograba salir de mi asombro cuando nos dijo que también él pasaba miedo en algunas ocasiones cuando salía al escenario, una vez más nos demostraba lo humano que era. Recuerdo que nos contó anécdotas de cuando le tocaba a Camarón y de cuánto lloró con su muerte. Nos respondía a todas las preguntas que le hacíamos sin importar lo que fuera.
−Paco, le pregunté ¿tú no crees que para coger velocidad en el picado hay que tener unas cualidades innatas?
−Sí, me contestó, pero también es algo mental, señalando con su mano a la frente. Primero tienes que verlo en tu cabeza y luego ejecutarlo en el instrumento.
Después de todos los consejos que Paco me dio esa noche, me sentí un privilegiado, entendía que todo eso me iba a ayudar a mejorar en el instrumento.
En un momento de la noche, tocando yo la guitarra y consciente de a quién tenía frente a mí, oigo que me pregunta:
−¿Tú estudias la guitarra?
−La verdad es que sí, Paco.
−Se nota.
Entonces me dijo algo que no lograba entender.
−Admiro al que estudia la guitarra, yo no he estudiado en mi vida, no tenía paciencia. Lo que hacía era tocar las falsetas una y otra vez.
Comprendí entonces lo que me quería decir. No había cogido estudios específicos de guitarra, lo que hizo fue encerrarse en una habitación durante horas y tocar lo que le habían enseñado.
Hacía ya rato que había amanecido y creímos prudente irnos a dormir. Paco se despidió de nosotros pero antes decidió bautizarnos.
−Sois "los Manoplas".
−¿Y eso porqué Paco?
−Porque sí.
No tuvimos más remedio que reírnos al tiempo que el Gordo le contestaba con otro disparate.
Ya cuando nos quedamos solos en la habitación, nos abrazamos preguntándonos lo que había ocurrido allí esa noche, y en ese momento de reflexión estábamos cuando oímos que se abre la puerta y aparece Paco diciéndonos:
−Ahora, cuando ya no esté, no vayáis a hablar mal de mí...
Empezamos todos a reírnos porque sinceramente nadie esperaba que volviera.
No hay día que pase sin acordarme que viví la experiencia más bonita y enriquecedora de mi vida cuando conocí a Francisco Sánchez, el hijo de Luzia, la Portuguesa, como lo llamaban cuando era un chiquillo.
Gracias, Luis, por brindarme la oportunidad de haber conocido a Paco. Eso es algo por lo que te estaré eternamente agradecido.
Paco, siempre serás nuestro maestro, antes desde la tierra y ahora desde el cielo. Gracias por todos aquellos consejos que me diste una noche en Marruecos.

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