Por Carmen Mateos
Relato flamenco inspirado en una fotografía de Pepe Ortega.
1 de marzo de 2014. Doblan las campanas de la Iglesia de la Palma y el féretro entra en el templo. Yo caminaba de vuelta a la Plaza Alta para seguir cubriendo el funeral. Lo vi salir del bar, en silencio. Cruzó la calle ante mí y en la esquina, lejos de la multitud y oyendo sus lejanas palmas por bulerías, clavó su rodilla en el asfalto encharcado e inclinó su cabeza, en un gesto colmado de respeto y agradecimiento al Maestro, a ese hombre que tantas palabras de admiración había sabido arrancar con seis cuerdas a sus mayores.
1 de marzo de 2014. Doblan las campanas de la Iglesia de la Palma y el féretro entra en el templo. Yo caminaba de vuelta a la Plaza Alta para seguir cubriendo el funeral. Lo vi salir del bar, en silencio. Cruzó la calle ante mí y en la esquina, lejos de la multitud y oyendo sus lejanas palmas por bulerías, clavó su rodilla en el asfalto encharcado e inclinó su cabeza, en un gesto colmado de respeto y agradecimiento al Maestro, a ese hombre que tantas palabras de admiración había sabido arrancar con seis cuerdas a sus mayores.
Me emocionó la escena, la fuerza de aquella pose anónima y