Manolo Caracol, 40 años... del otro mito

Artículo de Lolo Picardo publicado en el número 3 de la revista LA FRAGUA, octubre de 2013.


Cuando aún sonaban las fanfarrias de la conmemoración de los veinte años de la muerte de nuestro José más ilustre, de nuestro Camarón, aparece en nuestro calendario otra efemérides flamenca. El 24 de febrero del presente año, se cumplieron cuatro décadas de la muerte de otro de los grandes, D. Manuel Ortega Juárez, más conocido por Manolo Caracol.

Nació en Sevilla en 1909 con genética flamenca, ya que
era biznieto de Curro el Dulce, tataranieto de Antonio Monge el Planeta y sobrino de Enrique el Mellizo. Hasta el mismo Fillo contaba entre sus ancestros. Es decir, la aristocracia del cante flamenco. Triunfó cuando todavía era un niño en el famoso Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922, en el que participó como El Niño de Caracol y que fue organizado por Federico García Lorca y Manuel de Falla. Ganó el primer premio, mil pesetas y un diploma acreditativo, ex aequo con el Tenazas de Morón, que era ya un anciano. El Niño de Caracol contaba entonces doce años y pronto se convertiría en el popular Manolo Caracol, culmen de la pasión gitana y cantaor de los más demandados por el público y la crítica.

Se codeó con la jerarquía del flamenco de entonces, Manuel Torre, Chacón, Pastora Pavón, la Niña de los Peines y Tomás Pavón. Trabajó en diversos espectáculos de variedades e hizo giras por varias ciudades. En 1935 se estableció en Madrid y, en la capital, se ganó la vida como en su Sevilla natal, en juergas privadas y actuando para los señoritos de la época. Pero el estallido de la Guerra Civil provocó el fin de este tipo de fiestas y entonces Manolo Caracol intentó sobrevivir con el teatro. Junto con la Niña de los Peines y Pepe Pinto diseñaron un espectáculo que tuvo una acogida instantánea. Una representación donde se juntaban baile, cante y teatro. Después llegó ese encuentro con Lola Flores en Sevilla, otro gran momento. De ahí surgieron varias estampas escenificadas con las que recorrieron España de punta a punta e inspiraron películas como Embrujo o La Niña de la Venta.

Y ese Caracol, que es considerado uno de los grandes de este arte, vivió, cantó y durmió en La Isla. Manuel entabló una estrecha amistad con Juan Vargas, cantaor- ventero y que manejaba una casa de comidas tradicionales en las afueras de San Fernando, la Venta de Vargas. Manuel y Juan se hablaban de hermanos y a todos sitios iban juntos. Caracol pasaba temporadas completas en el restaurante junto a su familia y rara era la tarde que cualquier transeúnte que paseaba por la nacional IV, que era como se llamaba antiguamente la actual avenida del Puente Zuazo, no encontrara a Juan y Caracol tomándose una “pizca” de café y jugando al mus. Manuel Ortega era amante de la tertulia, de carácter bronco. Apasionado del flamenco y amante del toreo, no hay que olvidar que su padre fue banderillero del gran Joselito el Gallo. Y le gustaba entablar conversaciones sobre estas dos artes en los salones de la Venta.

Hablar de flamenco en la Venta sin nombrar a Caracol sería un sacrilegio y a modo de resumen citaría los tres momentos más grande de la relación de Manuel con la Venta de Vargas. En primer lugar, recordaría la boda de su hija Lola en 1961 que se casó en la parroquia de la Merced en Cádiz, ante la imagen del Cristo de la Sentencia, y el posterior convite, que se celebró en la Venta y acudieron infinidad de artistas, como el Niño de los Rizos, Mariquita Vargas, Chato de La Isla, la Perla, Gordito de Triana, Fernanda y Bernarda de Utrera y muchos más. Los más viejos del lugar recuerdan a Arturo Pavón tocando ese piano de cola en el patio de la Venta y, como no, a Gordito de Triana y Manolo Caracol rompiéndose las camisas en la azotea del restaurante y reventando esas gargantas extasiadas de alegría.

Otro momento mítico en la historia de la Venta y Manolo Caracol ocurrió en 1972 cuando falleció la madre de Juan Vargas, Catalina Pérez y llegó el artista a consolar a su amigo. Manolo Caracol vino expresamente para el duelo desde Madrid y al ver el cadáver de Catalina, arrastró su débil cuerpo enfermo hasta los balcones de la Venta y exhaló unas siguirillas de dolor que fue a esconderse en el corazón de todas las almas presente.

Y por último, el desencuentro de Caracol y Camarón que engloba dos momentos. El primero lo situamos terminando la década de los cincuenta y ante un Manolo Caracol en un momento no muy locuaz de su vida. Pone mala cara ante el cante de Camarón que le ofrecía el matrimonio compuesto por María Picardo y Juan Vargas; y añade que un gitano rubio no puede llegar a nada en el cante gitano. Ese pequeño desprecio, esa insignificante duda, fue la antesala para el gran encuentro posterior en el reservado del restaurante varios años después, donde Camarón, cantando por fandangos y subiendo los tonos, arrebataría el cetro del flamenco a Manolo Caracol, que desde aquel día se declaró acérrimo de ese quejío viejo, de esa voz que rompería las murallas del cante[1]. Es mucho lo que se ha hablado de Camarón y la Venta de Vargas... pero mucha de la grandeza de ambos, se la deben a Manolo Caracol. Vaya por él este recuerdo. 

[1] En la entrada Aquella noche, de este mismo blog, podéis encontrar un escrito de Felix Grande, donde nos transmite todas las emociones que el vivió siendo testigo de este encuentro.

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