Paco de Lucía


Por Trysko


Publicado en el número 5 de la revista LA FRAGUA, mayo de 2014.

En un mundo en el que el hielo, el fuego y la roca son la orografía en blanco y negro sobre la que planea el sonido de una guitarra destemplada; en un mundo en el que la sonanta es para los oídos sensibles vorágine perturbadora, estridente caja de música desafinada por los años, aparece un joven gaditano, hijo de tocaor, callado como los sabios, circunspecto.
El flamenco, un instante después de su creación tal y como lo concebimos hoy.
Desde que Cadalso en sus Cartas marruecas  mencionara el flamenco aludiéndolo como talón de Aquiles de la idiosincrasia andaluza, desde que Andrés Segovia retratara su guitarra como la hermana tabernaria del aristocrático instrumento y la alcurnia se sonrojara al pensarla en el Teatro Real, la leyenda de la guitarra flamenca, vilipendiada por el servilismo al que se le condenaba, adolecía de un héroe, de un Homero.
¿Qué son dos siglos en el reloj de arena de la música?
Falla, Albéniz, Rodrigo, incluso Debussy iniciaron, cada uno en su palo, la reivindicación  de este arte popular como expresión alambicada y cifrada de las más refinadas armonías orientales y bizantinas. Pero fue Paco, con la autoridad que da un alma humilde y su virtuosa profanidad, el que elevara el académico Concierto de Aranjuez a lema  eterno de la hispanidad, y el flamenco a Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Érase una vez en Granada, un desmelenado cerro de ocres arcillas lavado por arroyos turbios del deshielo, érase un arquitecto llamado Alhamar, y fue la Alhambra. Del mismo modo, el menor de Luzia, con el sustrato colmatado en los últimos doscientos años de tradición, atesoró trémolos primigenios, graníticos picados y alzapúas de hojalata para llenarlos de luces de cuarzo, pausas de viento y aromas de llanto. El resultado es un oasis verde y azul llamado flamenco, un planeta granado de hábitats que no será más esa tierra primitiva y gris.
Paco, en esta minera/fandango, les invita a sobrevolar Andalucía de este a oeste por la Penibética, desde la cuenca minera almeriense a las marismas del Odiel. Dejen que el armónico pájaro negro (Zyryab) sea corriente térmica que les eleve desde Berja ascendiendo por la sierra de Gador (0-39") en un remolino de ascuas que los mineros azuzan (1'25"), para alcanzar el Mulhacén e ir descendiendo en forma de deshielo (2'19"). Un leve viento de levante que agita los chopos de Granada (3'15") y en la Dehesa del Mercadillo de Ronda  se hace retinto bravo (4'25") y alazán en Isla Mayor, para llegar chapoteando a la Marisma Madre (6'14") y hacerse hombre en Gibraleón, cantando un litúrgico valiente en Alosno (8'42).

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